sábado, 20 de febrero de 2010
Claro de Luna
¿Quién de nosotros no ha experimentado nunca dolor, confusión, angustia...?
¿Quién no ha pensado en algún momento de la vida en abandonar y tirar la toalla?
¿Quién no se ha sentido sólo en algún momento de la vida, y ha tenido la sensación de haber perdido toda esperanza?
Nadie, ni las personas famosas e importantes, están libres de pasar por momentos de soledad y de profunda tristeza.
Eso fue lo que le ocurrió a uno de los más reconocidos compositores de todos los tiempos, Ludwig Van Beethoven.
Un día Beethoven se sintió triste y deprimido, parecía que su vida no tuviera sentido.
Acababa de fallecer el príncipe de Alemania, que llegó a ser como un padre para él y eso le entristeció hasta la depresión.
El joven compositor había padecido durante toda su infancia y adolescencia de una gran carencia afectiva.
Su padre era alcohólico y le maltrató física y psicológicamente hasta que falleció tirado en un callejón.
Su madre había fallecido muy joven.
Su hermano mayor nunca le ayudó en nada, y por si fuera poco Beethoven empeoró de su enfermedad dramáticamente y los síntomas de sordera, comenzaban a perturbarlo y le empujaban hacia la irritación, la ira y la agresividad.
Solamente podía oír usando una especie de trompetilla acústica que se colocaba en el oído, siempre llevaba consigo un papel o un cuaderno, para que las personas escribiesen sus ideas y así poder comunicarse.
Viendo que nadie lo entendía, ni lo ayudaba, Beethoven se encerró en sí mismo y se aisló ganándose por ese motivo una fama de arisco y solitario.
Fue por todas estas razones, que el compositor cayó en una profunda depresión y llegó a escribir un testamento, donde entre otras cosas decía que se iba a suicidar.
En el peor momento de su vida, donde las terribles circunstancias que le rodeaban parecían eternas, Dios le trajo consuelo a través de una joven ciega, que vivía en la misma pensión, con la que conversaba sobre las penurias de la vida y esta le dijo: “Yo lo daría todo por ver una noche de luna llena”
Al oírla, Beethoven se emocionó profundamente y se dio cuenta que él podía ver y poseía un gran talento musical. De pronto sintió que sus penas y lamentos se transformaban en alegría y ánimo que no era capaz de entender, fue entonces que compuso una de las obras más hermosas y famosas de todos los tiempos, la sonata “Claro de Luna”
Algunos estudiosos de música dicen que las iniciales de las tres notas que se repiten, insistentemente, en el tema principal del 1er. movimiento de la Sonata, en alemán, son las tres sílabas de la palabra “why” (¿por qué?).
Usando su sensibilidad, Beethoven retrató a través de la melodía, la belleza de una noche bañada por la claridad de la luna, para alguien que no podía ver con los ojos físicos, pero que lo había ayudado a él, a mirar la vida con los ojos del alma.
Todo gracias a aquella muchacha ciega, que le inspiró el deseo de plasmar en notas musicales, una noche de luna...
Años después de haber superado el sufrimiento, llegaría el incomparable "Himno a la Alegría", la 9ª sinfonía, que corona la misión de este compositor, que por aquel tiempo ya estaba totalmente sordo.
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